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XII Maratón Sierra Norte

Madrugón y reto para hacer el XII Maratón de la Sierra Norte. Con las primeras luces, la actividad y la tensión empezaban a hacerse patentes. Todos los bikers íbamos a enfrentarnos a una distancia y a una dureza del terreno que se dan en pocas pruebas.

A las 8:45 h estaba prevista la salida en la urbanización de Cotos de Monterrey, de la localidad madrileña de Venturada, y, desde allí, podíamos ver ante nosotros todo el macizo de granito del Pico de la Miel. Y en este entorno, de monte bajo, jaras, retamas, barrancos y granito, mucho granito, es por donde estaba previsto el recorrido del maratón.

La temperatura era ideal, es más, hacía calor si tenemos en cuenta las alturas en las que estábamos (de corto y con manguitos se podía estar la mar de cómodo). Las ganas y la ilusión, por las nubes, y la compañía, inmejorable. Enseguida encontré a José y Esteban (Serijel-Gkajas Fuertes). Y David y Félix (Karakol) también nos acompañaron en gran parte del recorrido.

Y una nueva prueba para la Orbea Alma 29’’, a ver qué tal le sentaban los pedruscos de la sierra madrileña.

La salida fue tranquila, bajando de la urbanización hacia el casco urbano de Venturada. Giro a la izquierda para salir de la antigua carretera de Burgos y coger los caminos que nos acercarían hasta Cabanillas de la Sierra.

Siempre en ligero ascenso, bordeamos La Cabrera y, con el Pico de la Miel a nuestra izquierda, tomamos dirección a Lozoyuela, donde estaba el primer avituallamiento. Toda esta parte transcurría por pista, salvo alguna pequeña vereda, alguna zona estrecha y una bajada sobre un macizo de granito.

Nuestro compañero de ruta, Esteban, empezó a encontrarse incómodo y no podía seguir nuestro ritmo. Entre “espera y llega”, José se puso a ayudar a un biker que había pinchado. No tenía una bomba adecuada para inflar. Y fuimos todos más o menos juntos hasta el avituallamiento, donde Esteban decidió que iba a continuar a otra marcha distinta a la nuestra (finalmente, no pudo terminar).

Desde Lozoyuela, pusimos rumbo hacía El Berrueco, entre bloques de granito enormes y paralelos a la Presa del Atazar, iban discurriendo los kilómetros. Ahora, el terreno tendía a bajar, pero siempre con la tónica de mucho rompe-piernas, sube y baja.
Y llegamos al segundo avituallamiento, con ganas de repostar. Bebidas isotónicas, dátiles, higos secos… y a llenar las cacharras para iniciar de nuevo la ruta.

A partir de allí, íbamos a enfrentarnos a la zona más complicada y técnica. La distancia recorrida iba empezando a hacer mella en nuestro estado. Yo empecé a notar flato en muchas ocasiones, pero ya no había vuelta atrás.

Tomamos dirección hacía Torrelaguna, subiendo colinas empinadas, bajando por trialeras entre retamas, pasando al lado de caballos salvajes (o a mí me lo parecieron) hasta llegar al último avituallamiento de la jornada. Y a este punto sí que llegamos apurados de líquido. El calor ya era notable, el cansancio, evidente y, aunque ya se adivinaba el final, repusimos líquidos y algo sólido y a por la última parte del maratón.

Allí, David decidió no esperar a Félix e iniciamos los tres, José, David y un servidor, el camino hacia la llegada.

Con tendencia descendente, fuimos por encima de Redueña. En las primeras zonas ascendentes, yo ya notaba que mi cansancio y flato no iban a permitirme seguir el ritmo de estos dos figuras, y en la primera rampa larga tuve que coger otro ritmo distinto.

Bajadas largas, trialeras empinadas, piedras, zonas técnicas… y, cruzando la N-320, había que subir hasta el polideportivo de Cotos de Monterrey.

Entre robles y encinas, solo quedaba pasar esas rampas para llegar, pero las piernas ya no iban como antes. Con perseverancia, fui pasando a gente a la que se le iba atragantando la subida y llegué al pequeño tramo de asfalto que me iba a llevar hasta la llegada.

Miré el tiempo invertido, cuatro horas y doce minutos, que no está nada mal para hacer los 80 km del maratón. Cansado, pero contento de cómo había ido todo. La Orbea, genial. Un pura sangre en toda regla.

Y, sin cambiarme, a la zona del avituallamiento de la llegada, donde estaban todos comentando las jugadas más interesantes.
Macarrones con chistorra, empanadas, bayonesas, cervezas y refrescos fueron degustados para reponer las fuerzas gastadas.

En general, buena organización. Avituallamientos abundantes y muy accesibles. Algunas zonas, con escasa señalización, pero disculpable, teniendo en cuenta la gran distancia a cubrir.
El recorrido y el ambiente, muy agradables. Para recomendar y, si se puede, repetir en otra ocasión.

Nos vemos por los caminos. Hasta muy pronto.

Por Sergio Lucas.