Últimamente el tiempo en Colorado está poco amigable, o revuelto que decimos por España.
Con las últimas tormentas que arrastramos desde hace unas semanas en Denver y con previsiones de lluvia para todo el fin de semana, pues la verdad es que no nos quedaban muchas alternativas de ocio por delante para el sábado por la mañana.
La opción de pasar toda la mañana encerrados en una cafetería disfrutando de un brunch pues no nos llamaba mucho la atención la verdad.
Así que como tenía pendiente buscar una rueda para mi vieja Schwinn de los 60 que ando restaurando, decidimos acercarnos hasta Golden, un pequeño pueblo situado a unos 30 km de Denver.
La misión era fácil, acercarnos a ver si encontrábamos una rueda en una especie de mercadillo de piezas y repuestos de bicis clásicas, bicis viejas y otros yerros con ruedas, que se organiza cada dos semanas en una finca particular.
Y que este fin de semana supuestamente tocaba, en principio.
Realmente no las teníamos todas con nosotros de que fuéramos a encontrar el mercadillo, pues como digo el tiempo no acompañaba y el cielo ya amenazaba con sus tonos grises la posibilidad de una próxima tormenta.
Con esta perspectiva no era lo más sensato sacar trastos y reliquias al jardín y esperar a que la gente se acerque a fisgonear, ya que es más lógico pensar que se estaría más a gusto en casa o en su defecto desayunando en alguna cafetería protegidos de las lluvias, rayos y centellas.
El caso, como decía, es que no teníamos mejor plan para la mañana del sábado, así que allí que marchamos.
Siguiendo las indicaciones del anuncio fuimos hasta las afueras del pueblo por un camino a los pies de los montes que rodean Golden.
Normalmente estos caminos y carreteras están infestados de ciclistas, pues este pueblo es una de las mecas del ciclismo de carretera, si no lo veis en persona es muy difícil haceros una imagen real de la afición que hay en este pueblo al ciclismo, indescriptible con palabras.
Pero este fin de semana no había ni un alma, la climatología vetaba por completo a cualquier aficionado a las dos ruedas a enfundarse la licra y dar pedales.
Seguimos unos cuantos metros por una pista de tierra donde encontramos una finca de las muchas que hay por aquí, pero que ya desde la entrada se percibía que no íbamos a encontrar caballos, vacas ni ningún otro animal de granja, ni doméstico.
La primera imagen de aquella finca, a pesar de que obviamente el mercadillo se había suspendido por las lluvias, ya nos daba una idea de lo que nos íbamos a encontrar sin necesidad de rebuscar mucho, y como supondréis no iba a ser un granjero con camisa a cuadros y aperos.
Perplejo, podría ser una definición que se acercase a mi estado tras echar un primer vistazo, pero seguramente se quedaría corta esta definición, hasta el segundo empujoncito de Gloria no empecé a reaccionar.
No sabía dónde mirar, pues a cada lugar o rincón que trababa de alcanzar con la vista veía un montón, varias, cientos de bicis clásicas amontonadas, unas con mejor suerte en su estado que otras, pero todas con el mismo estilo retro que caracteriza a las bicis de época.
Pues hay bicis que datan desde finales del siglo XIX hasta los años 60-70. Todo un conjunto de grades joyas de otros tiempos.
Tras estos primeros impactos en mis retinas, pronto me di cuenta que una persona que acumula durante tantos años tanta ‘’chatarra’’ descatalogada, o bien tiene el Síndrome de Diógenes (el que dice Gloria que padezco yo) o bien es alguien que vive de esto de alguna manera especial, ya sea como coleccionista, como restaurador o como vendedor. Y en efecto, por aquí iban los tiros.
El lado bueno de que la climatología no nos acompañase es que exceptuando una joven pareja que fue buscando un repuesto específico para su cruiser, no muy clásica, no se acercó nadie más hasta la casa de las maravillas en cuestión.
Y esto nos permitió pasear a gusto entre aquellas reliquias, haciendo fotos, fisgando, removiendo yerros, etc. sin necesidad de estar tratando de no molestar a otros curiosos.
Además, una vez que se fueron los únicos clientes que se acercaron, pudimos aprovechar esa privacidad que nos brindó el mal tiempo para charlar un poco con el personaje que estaba detrás de todo este supermercado de yerros.
Lo de personaje lo digo tal cual, pues la apariencia de Tyler Stans, ya deja ver que a este hombre lo único que le importa en cuestión de estética es que sus bicis cuando salgan de su taller estén en perfecto estado de funcionamiento y cosmético.
Además que como sabéis, ser mecánico de bicis conlleva estar manchado de grasa casi de manera constante, doy fe.
Tyler nos contó que lleva en este negocio de restauración y venta de bicis y repuestos desde hace unos 25 años, por aquellos entonces ya empezó comprando piezas y montando bicis que luego vendía, unas 500 bicis al año.
Pero a pesar de lo que podría parecer un negocio prometedor Tyler vio que no le salía a cuenta tanto trabajo y esfuerzo.
Y fue a partir de entonces y viendo que tenía buen ojo para vender bicis y piezas ‘’especiales’’ que la gente demandaba cuando se decidió por el modelo de negocio que actualmente regenta, Lux Low.
Y es cuando se propuso crear un modelo de negocio basado en aquellas bicis que a él como usuario le gustaría tener, bicicletas especiales, para un público especial.
Aunque a veces todo el trabajo que conlleva buscar, reunir información, conseguir piezas, restaurar y vender estas bicis especiales, en un gran porcentaje no obtiene por parte del cliente el reconocimiento a todo este duro trabajo, pues solo una 10% aproximado de sus clientes realmente reconocen el trabajo que realiza y la alta calidad de sus máquinas cuando salen del taller completamente restauradas.
El resto son clientes que no buscan una bicicleta de colección o especial, simplemente buscan una bici cruiser de estética clásica.
Ni el propio Tyler sabe exactamente el número de bicis que tiene entre los cobertizos y los patios de su casa, pero que el número puede aproximarse a 200 bicicletas montadas y a muchas más del doble sin montar, eso sin contar con la cantidad de piezas, ruedas y cuadros que se amontonan por todas partes.
Su pasión por las bicis clásicas y la restauración le ha llevado a forjarse una fama y una selecta cartera de clientes fieles en varios países. Y no es para menos, viendo el trabajo fino y meticuloso que realiza.
La mayoría de las veces componiendo una bici a partir pocas piezas, bicis que suele encontrar a través de comunidades y foros ciclistas y con un meticuloso trabajo de investigación y documentación, al más puro estilo detectivesco, que puede llevar varios meses y donde cada bici tiene un dossier detallado guardado en un caja correspondiente donde se van guardando tanto la información documental como pequeñas piezas que formaran parte del proyecto.
Cuando le preguntamos a Tyler sobre su marca favorita de bicicletas no dudo en decirnos que para él la mejor marca -siempre hablando de bicis clásicas y vintage- sin duda ha sido Schwinn.
Claramente haciendo referencia en pasado a la marca americana antes de ser comprada, o mejor dicho, mal vendida a principios de los 90.
Pues antes de esta década esta marca gozaba de un prestigio bien ganado. Como dice Taylor: ”fue una marca que sin querer pretender nada fabricó buenas bicicletas a precios asequibles”.
Tanto es así, que solo basta con echar un vistazo a cientos de imágenes cotidianas durante varias décadas para que en la mayoría de ellas salga algún chaval con una Schwinn, siendo una de las marcas que ha visto crecer a una gran cantidad de generaciones a lo largo de muchos años.
Se puede decir que la historia de esta marca va paralela a un trozo de la propia historia estadounidense.
Nada que ver con lo que esta marca es hoy en día, relegada a ser una marca de bicicletas de gama baja-media, fabricadas con una calidad más que cuestionable.
Otras de las vías de negocio de Lux Low, es también la dedicada a vender piezas usadas y nuevas para otro tipo de compradores, como antes comentaba, que tienen una bici con ‘’algunos años’’ sin llegar a ser de época o clásica y que quieren adecentarla un poco.
De ahí su inmenso montón de ‘’yerros’’, piezas y recambios que inundan toda la propiedad.
Definir a Tyler no es fácil, como suele suceder con todos los amantes de ciertas hobbies, a simple vista puede tener un aspecto bastante común, común por estos lugares quiero decir, con cabello rubio y largo con rastas y pañuelo en la frente, camisa a cuadros y cierto aire hippy-montañés.
Pero una vez que empiezas a entablar conversación con él te das cuenta que es un restaurador de los de antes, aunque su edad andará por los cuarenta y tantos, de los que se informan de lo que tienen entre manos, de los que a través de contactos bien seleccionados escudriña el planeta para obtener un objeto exclusivo con el que iniciar un nuevo proyecto y darlo una nueva vida, de los que no dejan solo bonita la bici por estética, sino de los que hacen que funcione la mecánica como el primer día o incluso mejor, ya sea una bici de 1800 o de 1970.
Todas las bicis que pasan por sus manos son tratadas con mimo en su expresión más superlativa, un cuidado exquisito y una paciencia de santo solo al alcance de los verdaderos apasionados por el arte, pues así se podría definir lo que hace Tyler, arte.
Es de esas personas que no cede en su empeño y trabajo hasta que la bici no queda totalmente perfecta, da igual el tiempo que tenga que dedicar a buscar una pieza, tornear un repuesto que ya no se fabrica o simplemente a enderezar con pulso de cirujano un cuadro de 100 años para darlo una nueva vida.
Pero no todo es tan bonito como parece, pues este duro trabajo no siempre se ve reflejado en el precio final de las bicicletas que restaura, pues el valor que puede llegar a alcanzar estas bicis poco tienen que ver con la suma de horas de trabajo y el precio de los materiales utilizados, suele ser más un valor otorgado por el propio cliente, quien basa su decisión en cuestiones más emotivas y sentimentales a la hora de decidir comprar una bicicleta de este tipo.
Como puede ser el caso de una bicicleta que presidia el salón de su casa datada en 1904 y que para aquella época ya era todo un adelanto pues contaba con doble suspensión, la trasera tipo softail, transmisión por cardan, sillín ergonómico con apertura central, manillar regulable y llantas de madera, todo eso en una bici de principios de siglo pasado, casi nada.
Toda una obra de arte que por 8.000 dólares algún cliente puede llevársela para decorar (o usar) su salón.
No creáis que a Tyler no le da pena dejar escapar esas maravillas después de meses de restauración, como el mismo nos ha dicho, alguna vez se ha arrepentido de dejar escapar alguna de estas máquinas, pues también quien se dedica a este tipo de negocio tiene su parte de romántico y acaba enamorándose de muchas de sus creaciones, por eso, antes de ponerlas en venta se quedan con su casa al menos durante 6 meses, para su propio regocijo y disfrute (y de paso aumentar su valor de mercado, supongo).
Y es que cuando has devuelto a la vida a una máquina de estas es normal que cueste desprenderse de ella. Aunque al final, como negocio que es, no quede más remedio que buscarle un nuevo dueño y empezar un nuevo proyecto.
Aunque pudiera parecer que Tyler es un esclavo de su trabajo, no olvidemos que vive y trabaja de lo que le gusta, siendo su propio jefe, lo que no le impide disfrutar de sus paseos en bicicleta por los alrededores de Golden unas cuantas veces a la semana.
Que como anteriormente he mencionado es uno de los lugares que mas aficionados atrae a diario para disfrutar de sus carreteras y montes. Como se dice por aquí: “se respira bicicleta”.
Y en efecto sería una buena frase para resumir que aquí la bicicleta es más que un hobby o un deporte, es toda una pasión, es una estilo de vida, algo cultural que se ve reflejado en la en la vida cotidiana de los nativos de Colorado.
A parte de fisgar por los alrededores y charlar con Tyler largo y tendido, tuvimos la suerte que nos abrió la puerta de su casa, donde esconde sus tesoros. Nada más abrir la puerta el primer impacto ya fue tremendo, nos recibió la bici de principios de 1900 antes comentaba.
Pero esta era solo una más de las más de docena y media de bicis que había por distintas habitaciones de su casa, entre el suelo y colgando por las paredes. En especial me llamo la atención dos clásicas que venían montadas con un solo plato, pero eso sí, en una de ellas era del diámetro de una paellera, tal cual.
Decenas de bicis, por todos los rincones de la casa, sin observar excesivo desorden, todas bien expuestas, limpias y dispuestas a salir en busca de un nuevo hogar. A parte de las clásicas, también nos encontramos alguna custom y chopper artesana, pues a Tyler a veces le da por ‘’innovar’’ y crear alguna bici con estética al más puro estilo Mad Max.
Decir, que fueron dos los fines de semana que nos pasamos a visitar a Tyler, aprovechando que las lluvias no llevarían muchos clientes.
Pero que sin duda podría haber pasado otros dos o cuatro días más, pues para alguien con ganas de curiosear, empaparse de un poco de la historia, disfrutar de una buena charla y regocijarse con todos los yerros y maravillas que allí hay expuestos, francamente dos días es hasta poco tiempo.
De momento, me quedo con lo visto, tocado, escuchado y guardado en mi memoria. Pues es difícil que se vuelva a repetir el cumulo de sensaciones que percibí y sentí visitando la máquina del tiempo de Tyler.
Más información: www.luxlow.com