El 24 de Mayo de 2014 era la fecha que tenía marcada en el calendario desde Noviembre, desde que decidí volver a intentar terminar algo que quedó a medias en 2012, acabar la marcha de «Los 10.000 del Soplao».
Llegó el día, era el momento de ver si tantas horas de entrenamiento habían servido para algo. El caso es que según se acercaba el momento me iba poniendo cada vez más nervioso, de tal manera que dos días antes mil temores ocuparon mi cabeza. No encontraba explicación a esa «angustia» si era la segunda vez que participaba, ¿o esa era, precisamente, la explicación?, el saber lo que me esperaba.

Ese día 24 sonó el despertador a las 5:30 de la mañana y no me costó levantarme, desperté a Alfonso, otro loco que volvía al infierno cántabro, él por tercera vez. Mientras me preparaba y desayunaba, mi cabeza empezó a dar demasiadas vueltas, estaba inseguro debido a que la última parte del entrenamiento no fue todo lo buena que hubiese querido.

Con las bicis ya cargadas en el coche intento distraer mi mente haciendo un repaso mental de todo lo que tengo que llevar y cómo llevarlo. Charlo con Alfonso para repasar en que avituallamientos pararíamos y en cuales no. Todo esto para intentar sacudirme los nervios.
Cuando llegamos a Cabezón ya había muchísima gente colocada en la línea de salida, nos tuvimos que colocar muy atrás, esto es un problema porque hará que nos comamos los tapones que se forman en las primeras rampas. Estuvimos algo más de media hora esperando la salida, durante ese tiempo empiezo a ponerme nervioso otra vez y a encontrarme mal. Le comento a mi compi lo que ya le dije tiempo atrás, que no me esperase, si ve que el ritmo no es bueno para acabar que él tirase para adelante, este año es su año, está fortísimo.

A las 8:00 se da la salida, no escuchamos ni la traca ni el Thunderstruck de los AC/DC de lo lejos que estamos de la salida, éramos muchísimos ciclistas, más de 4.500 por lo que tengo entendido. Según pasamos por el arco que marcaba la salida vemos que ya habían transcurrido más de 14 minutos, en ese momento empiezo a encontrarme algo mejor, parece que el nudo que tenía en el estómago va desapareciendo y rodando por las calles de Cabezón vamos haciendo bromas con la gente que se agolpa a ambos lados de la carretera para animarnos, parece una etapa de la Vuelta a España.
No hemos hecho ni 4 kilómetros cuando ya tenemos que echar pie a tierra, no empezaremos a dar pedales hasta que coronemos el Alto de San Cibrián, en ese momento veo que hemos tardado una hora en hacer 6 kilómetros, hay que apretar. Vamos salvando las primeras dificultades y mi malestar vuelve, me empiezo a encontrar mal y necesito un baño que encuentro en la localidad de La Cocina. Según salgo Alfonso me dice que vamos los últimos, esto hace que en mi cabeza vuelvan a aparecer los fantasmas de esta mañana.
Empezamos la subida de La Cocina, la primera dificultad seria de la prueba, tiene bastante desnivel y piedras sueltas que hacen que se me gire la rueda delantera, obligándome a bajarme de la bici y hacer una gran parte de la subida a pie, soy bastante torpe y ya me caí hace 2 años en esta subida. Aún andando voy adelantando a bastante gente, Alfonso va por delante dando pedales y me espera en la zona donde puedo volver a montar en mi bici.
Afrontamos una pequeña bajada y empezamos casi de inmediato la subida a las cuevas de El Soplao, dan el nombre a la prueba, pero la subida es muy cómoda ya que está totalmente asfaltada, seguimos adelantando gente.
En la cima está el primer avituallamiento, no paro y empiezo la bajada al pueblo de Celis, la recordaba más complicada. A partir de este momento empieza lo más duro, delante nuestro está el primer coloso de la marcha, el monte Aa, con una parte inicial con rampas que superan el 20% de desnivel. Esa primera parte la superé más o menos bien pero me dejó las piernas un poco tocadas para la zona más «suave» del puerto y no fuí capaz de encontrar bien mi ritmo.
Esto hizo que empezase a echar cuentas, antes de las 16:00 debíamos pasar el corte que había en la localidad de Bárcena Mayor y veía que llegaba muy justito por lo que pasado Ruente atravesando el famoso puente que hay que atravesar de uno en uno y de camino al avituallamiento de Ucieda le comenté a Alfonso que tirase para adelante, que yo llegaría por lo pelos, pero él si podía llegar bien, por lo que en el avituallamiento nos despedimos y tiró primero.
Yo me quedé un rato más comiendo y bebiendo un poco más, intenté contactar con nuestros acompañantes para indicarles que estábamos bien y que yo me había quedado atrás pero no tenía cobertura.

Comencé la subida del Alto del Moral, el primer puerto largo, son 12 kilómetros sin grandes desniveles pero que va minando las fuerzas físicas y mentales poco a poco. Iba a un ritmo lento, pero constante, guardando piernas. pasados unos 5 kilómetros vi que había gente hablando por el móvil, por lo que decidí parar y llamar a Sandra, eran casi las dos de la tarde y no sabían nada de nosotros desde que nos fuimos del hotel.
Hable con ella y le comenté como íbamos, tomé un gel y estiré, fueron 3 minutos de parada pero me sentaron de película, empecé a encontrar mi ritmo, a acompasar bien la respiración y a adelantar gente.
Llegué a la cima a eso de las 15:00 y empezaron a desvanecerse los fantasmas que había en mi cabeza por la mañana, llegaba sobrado al corte. Bajé rápido pero sin tomar riesgos innecesarios, era una pista ancha y bien afirmada, invitaba a dejar correr la bici.
Según atravesaba Bárcena buscaba con la mirada a nuestros acompañantes, necesitaba ver a Sandra y decirle que iba bien, pero no nos vimos. Pasado este bonito pueblo se encontraba el segundo avituallamiento donde habíamos decidido parar y mi sorpresa fue encontrarme otra vez allí con Alfonso. Me comentó que le habían dado calambres subiendo el Moral, por este motivo le volví a enganchar, esto hizo que mi motivación creciese, unido a que la organización tuvo la gran idea de poner un grifo de cerveza en este avituallamiento, mi cabeza cambió el chip, vamos a disfrutar, nos tomamos una caña y arreando.

Empezamos a pedalear juntos otra vez, esta vez nos tocaba superar el techo de El Soplao, la subida a Fuentes, 16 kilómetros y más de 1.200 metros de altura. Calculamos otra vez qué ritmo debíamos llevar para poder pasar el siguiente corte, antes de las 21:00 debíamos llegar a Renedo de Cabuérniga.
A mitad de subida nos llamó la atención el maillot de otro de los participantes, era como un vaso de cerveza, Alfonso empezó a bromear con mi afición a esa bebida y comenzamos a hablar con el que a partir de ese momento iba a ser otro integrante más del grupo, pasamos de ser un dúo a un trío.
Ahora éramos Alfonso, Ángel y Álvaro, de los Boulder Bikers de Las Rozas. Según íbamos llegando a la cumbre una nube se cerró, literalmente, sobre nosotros, formando una densa niebla que nos estaba calando por lo que paramos a ponernos los chubasqueros. En ese instante decidimos llamar por teléfono otra vez para informar a la gente que nos acompañaba «moralmente» de nuestra situación y ver si era posible que coincidiésemos en Renedo para un posible cambio de ropa.
Coronamos Fuentes e iniciamos un rápido descenso entre la niebla que nos llevaría a la siguiente subida, Ozcava. Seguíamos calculando si llegábamos o no al corte, entre la gente que veíamos se había corrido el bulo de que se adelantaba el corte media hora, lo que nos desmintieron en el avituallamiento que había a la mitad del ascenso.
En este avituallamiento nos tomamos unos cuantos vasitos de caldo y nos calentamos en una hoguera que habían dejado encendida en el refugio que tenían al lado. Muchos participantes abandonaron en este punto, decidieron coger la carretera para bajar directamente a Cabezón. Pero nosotros tres no, si no llegábamos al corte, pues mala suerte, pero había que intentarlo.
Superado Ozcava bajamos hasta un pueblecito llamado Correpoco donde nos esperaba una trampa de barro y piedras que tuvimos que superar con mucho cuidado para no caernos, a ratos pedaleando, a ratos andando. Superé este tramo con los gritos de Alfonso, ¡¡Vamos Ángel, que no llegamos al corte!! Pasado este calvario iniciábamos un vertiginoso descenso con curvas de 180 grados en el que tuve un par de sustos y, a las 21:00 en punto pasábamos por Renedo de Cabuérniga.
Allí teníamos esperando a todo el comité, pero no pudimos parar, pasamos dándolo todo gritando ¡que nos cortan, no podemos parar! No paramos hasta que llegamos al avituallamiento que hay en las primeras estribaciones del último puerto, El Negreo. Una vez recuperado el aliento llamé otra vez a Sandra para explicar bien porque no habíamos parado, en ese momento me dice que habían hablado con la organización y que debido al buen tiempo el corte se fijó en las 21:30 al final.
En el avituallamiento estuvimos un buen rato, sabíamos que sólo nos quedaban 30 kilómetros, de los cuales sólo 6 eran cuesta arriba, pero que 6. Todo lo que pueda decir del Negreo es poco, con rampas que superan en numerosos tramos el 25% de desnivel que se hacen insufribles para unas piernas tan castigadas como las mías, a ratos montados y a ratos a pie conseguimos superarlo. Mientras la noche se cerró sobre nosotros.
Fue el momento de encender luces y empezar el último descenso, el que nos llevaría hasta Cabezón de la Sal, hasta la meta. Lo hicimos con cuidado, precedidos de un coche de la organización que nos indicaba por donde ir y las zonas peligrosas hasta que llegamos a Ruente. Desde allí continuamos por la carretera hasta Cabezón, a lo largo de este trayecto las piernas ya no se quejaban, en la cabeza sólo había un pensamiento, lo conseguimos, miraba a Alfonso y le decía, lo hemos hecho, lo vamos a acabar.
Y por fin, después de 16 horas y 3 minutos, cruzamos la meta. A la cabeza me viene todo lo que he pasado para llegar hasta ahí, desde los primeros entrenamientos hasta las preocupaciones de esa misma mañana, te viene a la memoria toda la gente que te ha apoyado y animado para hacerlo.
No sabía si saltar, chillar o reír. Nos abrazamos nada más cruzar el arco, reto superado. Bajo la llegada nos despedimos de nuestro nuevo compañero de pedaladas y fuimos al encuentro de nuestras parejas y amigos para celebrarlo como merecía la ocasión, aunque cansados nos tomamos un par de copas.

Este ha sido mi primer Soplao completo. Ha sido duro, pero ha merecido la pena, tal vez vuelva alguna vez, no lo sé. Ahora sólo queda pensar en el siguiente objetivo, en el siguiente reto.