No falla, da igual el día, la hora o la calle por la que transite con mi bicicleta, para que salga el típico conductor sabelotodo que se cree que la carretera es suya.
De todos esos casos, que como digo suelen ser a diario salvo raras excepciones, un gran porcentaje de encontronazos con conductores irrespetuosos con los ciclistas, suelen ser con conductores profesionales.
Ya sea la típica furgoneta blanca de reparto, un autobusero que tiene más prisa en llegar a su destino que los pasajeros a los que transporta, o el taxista de turno con la bandera verde y la mano izquierda por fuera de la ventanilla.
El otro día me toco uno de estos últimos en una rotonda.
Cuando me encontraba por el carril de fuera y casi saliendo por mis salida, un taxista me pasó por dentro, se cruzó de mala manera a pocos centímetros y aceleró a tope.
En ciudad el casco no es obligatorio para adultos, pero lo sea o no, no quita para que tú, con tu coche, pongas en peligro la vida de ningún ciclista
Me cague en todo lo cagable, metí el plato grande y apreté para darle alcance, pues es una calle con mucho tráfico y varias rotondas más.
No tardé ni un minuto en darle caza, pues en la siguiente rotonda le tocó esperar su turno como era lógico.
Me coloque a su altura y le pedí que bajase la ventanilla para decirle unas cosas.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue un «Y tú qué, ¿el carnet en la tómbola».
Sí, se que no es la mejor manera de iniciar una conversación, y la respuesta iría acorde a mis palabras, pero una cosa es un despiste, y otra ir de listo y poner mi vida en peligro, algo que sucede como digo casi a diario y que como es lógico, cabrea al mas manso.
Pero lo que no esperaba era la respuesta que me soltó, convencido de ello, el taxista:
«Y donde está tu capazo», tocándose la cabeza…
No hay más palabras señoría, en este caso, señor taxista.