Cuando hablamos de monumentos siempre nos vienen a la cabeza estatuas, edificios, iglesias, etc. Pero no solemos acordarnos de los monumentos que nos ofrece la naturaleza, y si lo hacemos se nos viene a la cabeza grandes formaciones rocosas, como alguna montaña, algún desfiladero o algún acantilado. Pero rara vez nos fijamos en seres vivos que deben encuadrarse en esta categoría. A mí, personalmente, el que más me gusta es una encina casi milenaria que se encuentra en la localidad de la Zarza de Montánchez llamada La Terrona.
Siempre que voy por tierras extremeñas (bastante a menudo) me gusta darme una vuelta en bici para ir a verla.
Mi paseo siempre parte de la localidad de Botija y, en esta ocasión, completé la ruta muy bien acompañado, lo que hace el camino mucho más ameno y divertido (hay una cosa más divertida que pedalear y es pedalear en buena compañía).
La ruta es lineal, vas y vienes por el mismo camino, empieza en la localidad de Botija y termina en La Zarza de Montánchez.
Salimos por la carretera que nos dirige a la localidad de Ruanes durante 1 Km aproximadamente hasta que nos desviamos a la derecha para coger el camino vecinal que nos lleva hasta el pueblo de Salvatierra de Santiago. Todo este tramo hasta Salvatierra está asfaltado pero sería demasiado optimista llamarlo carretera puesto que he visto caminos de tierra con menos agujeros, pero eso nos viene bien a los que montamos en bici porque apenas circulan coches por aquí y, si lo hacen, van a velocidades muy bajas.
Llegados a Salvatierra de Santiago cruzamos el pueblo para salir por la parte atrás por una pista de tierra bastante ancha que nos dirige directamente hasta La Zarza.
Toda la pista está flanqueada por muros de pizarra de algo más de un metro de alto que delimitan fincas, dehesas y diversas explotaciones, por lo que podemos ir entreteniéndonos viendo todo el ganado que por allí se concentra (es curioso observar como te miran las vacas, parece que piensan: ¿dónde coño irá ese tipo? jejejeje)
Justo antes de llegar a La Zarza nos encontraremos un pequeño riachuelo (el río Tamuja) donde haremos un giro de casi 180º para encarar el camino que nos llevará a la finca donde se encuentra La Terrona.
Una vez te encuentras al lado de esta majestuosa encina no puedes dejar de pensar todo lo que habrá visto a lo largo de su larga vida y a todo lo que habrá sobrevivido (animales, fenómenos climatológicos y, sobretodo, a la acción del hombre). Este paso del tiempo está grabado en cada arruga de su corteza, en cada nudo de sus ramas y encada marca de su gran tronco. A mí me sigue sobrecogiendo estar al lado de semejante ser vivo, recuerda lo pequeñitos que somos los hombres en comparación con la mayoría de los elementos que componen nuestro planeta, sobre los cuales nos sentimos superiores aunque eso esté muy lejos de la realidad.
Antes de iniciar el camino de vuelta tomamos un pequeño tentempié en el pueblo y regresamos por el mismo camino por el que hemos venido.
El regreso se hace más cómodo puesto que el terreno va descendiendo, aunque no lo apreciemos.
Cuando llegamos al punto de partida, Botija, después de unos 30 Km de paseo. Me vuelve a quedar esa sensación de satisfacción de ver que La Terrona sigue estando en su sitio, majestuosa. Y, además, de haberla visto en buena compañía.