El pasado 11 de junio y por cuarta vez consecutiva, los Hellbikers de Iberobike acudimos a la llamada del diablo que reside en el Infierno Marojo.
En su 5ª edición, la Eusko Bike Challenge se ha reinventado, ofreciendo una versión más asequible que la EBC4.0, la EBC2.5, numeraciones que hacen referencia a los metros de desnivel que acumula cada una de las versiones.
A nosotros no nos gusta andar con medias tintas, así que como siempre, participamos en la EBC4.0, para plantarle cara una vez más a los 4.000m D+ que se acumulan a lo largo de los 115km que tiene el recorrido.
En la línea de salida nos juntamos los jabalíes de siempre: los incombustibles chicos de Café los Ángeles, las Cabras Cojas de Dulantzi, la cuadrilla del Goierri, la equipación negra/naranja del DurangoMTB (Sapu Herri) y una buena manada de Pro Evasion Bike. Sinceramente, parece que esta gente no tiene otra cosa que hacer los fines de semana.
A las 7.00 am y de una manera un tanto austera, dio comienzo la prueba. Supongo que no quisieron hacer mucho ruido por respeto a los vecinos de la localidad alavesa de Santa Cruz de Campezo que todavía se encontraban en la cama.
Cómo si uno de los demonios de la zona nos hubiese poseído, nos lanzamos a por la primera cumbre de la jornada, el monte Yoar (1.417m).
El ascenso es bastante brutal, ya que sumamos un desnivel cercano a los 1.000m + en 9km, los cuales, para sorpresa de todos, habían arreglado hace unos días, eliminando esas zonas tan complicadas llenas de piedras sueltas, roderas y agujeros que tan poco nos gustan en esa situación.
Gracias al arreglo del piso, robamos al crono más de un cuarto de hora respecto a otros años, lo que nos dio un cómodo margen para disfrutar de la zona del cresterío.
El día había salido con niebla, pero en las alturas el color de la bóveda celeste era de un azul intenso, lo que nos invitaba a parar de vez en cuando para maravillarnos con las vistas aéreas de ambas vertientes.
El descenso, siempre complicado, se hizo más llevadero que otras veces, ya que el intenso calor de la semana anterior nos dejó un suelo duro de raíces secas, lo que agradecimos enormemente los más torpes.
Sobre las 10:00 llegamos a Antoñana, donde nos esperaba el primero de los avituallamientos. Allí aprovechamos para reponer líquido, comer algún fruto seco y saludar a más gente conocida.
Poco después alcanzamos el trazado del Vasco-Navarro, donde un participante se había caído, rompiéndose la clavícula. La organización, muy efectiva, llegó con una ambulancia rápidamente y pudieron evacuar al herido de manera rápida.
A la altura del Tren-Museo, «El trenico» (km38), se encontraba el primer punto de control y lo cruzamos con un tiempo de 3h 21m.
Con gran pereza, nos lanzamos a por el tramo que más me suele costar de toda la marcha, el que va de Antoñana a San Román de Campezo, ya que es una zona sin vistas, de bosque cerrado y vegetación frondosa, donde se suele acumular gran cantidad de humedad y calor.
Este año, gracias al viento fresquito que soplaba y la lluvia caída durante la noche, ayudó a que cruzásemos el tramo pestosillo casi sin enterarnos.
Cómo anécdota decir que el año pasado perdí uno de los cuernos en este sector y pese a que volví a por él, en varias ocasiones, no lo he encontrado.
Superado el tramo malo, llegamos a San Román de Campezo, donde nos tocó la ya conocida pala del infierno, una cuesta corta pero intensa que nos lleva hasta un interesante descenso.
Raíces, saltos de rocas, curvas cerradas enlazadas y una enorme rodera de más de un metro son algunos de los regalos que nos ofrece el descenso hasta Corres.
Una vez echado el clásico trago en la fuente de Corres, azuzamos por una zona un tanto complicada para lograr el ansiado avituallamiento principal.
Con más de dos horas de adelanto respecto al tiempo previsto (13:00), llegamos a Urturi, donde nos regalaron un auténtico surtido de manjares.
Otros años han puesto ensalada de pasta, pero debido a la falta de éxito del menú y oyendo las sugerencias de los participantes, este año nos han ofrecido empanada y hojaldres de diversos rellenos.
Por mí me hubiera comido una docena de empanadas de pollo, pero la cabeza y el miedo a una digestión molesta, me frenó. Hidratados y con los depósitos llenos nos lanzamos a por la segunda mitad del recorrido.
A estas alturas de la prueba, José Manuel (MA), de los Pro Evasion Bike y Sergio, un corredor indepediente venido de Logroño se nos habían unido a Josu y a mí, por lo que cual Frodo Bolsón y la Compañía, continuamos juntos hasta llegar al corazón de Mordor.
El suelo se encontraba en unas condiciones espectaculares, al igual que el clima que seguía siendo benévolo con nosotros, por lo que a un ritmo endiablado cruzamos todo el tramo que hay hasta Maeztu, donde nuevamente nos obsequiaron con un rico avituallamiento, donde hubo tortilla, frutos secos y demás nutrientes.
Después de un buen rato de risas y cachondeo con los y las voluntarias del puesto, arrancamos hacia el siguiente objetivo, el paso de Santa Teodosia.
Rodamos un rato por el Vasco-Navarro y tras cruzar el Túnel de Cicujano, nos desviamos hacia la población de mismo nombre.
Emocionante el grupo de niños y niñas que nos chocaron las manos al pasar, lo que nos hizo sentir «importantes», aunque sea por unos segundos.
En la edición de 2015, este tramo era totalmente impracticable, ya que las intensas lluvias habían convertido el camino en toboganes de agua y barro, que hacían difícil incluso el tránsito a pié, pero en esta ocasión el suelo permitió que rodásemos como el viento, llegando con dos horas y media de adelanto al corte situado junto a la ermita de Santa Teodosia.
Josu tenía serios problemas con el cambio, pero por suerte en el avituallamiento se encontraba Rubén, de Vibike, dando asistencia mecánica.
Avituallados, reparados y con la moral bien alta, nos lanzamos a por la pala que se levantaba frente a nosotros.
En las tres ediciones anteriores la hemos hecho andando, pero en esta ocasión, nos encontrábamos todos tan bien, que aplicamos la técnica del zig-zag y la superamos como si no costase.
Cerca de la arboleda me encontré con un participante derrotado, el cual me comunicó que se iba a retirar. Le animé a seguir, ya que volverse por pista suponía una hora y seguir dos, así que le di un gel y le aconsejé caminar un rato, ya que en un kilómetro escaso venía la cuesta abajo que nos dejaría cerca del Portillo y por lo tanto a las puertas de la meta.
Después de superar con más pena que vergüenza el puerto que venía después de Ullíbarri-Adana bajamos como nunca por un divertido pero técnico descenso, donde en más de una ocasión he parado contra algún árbol.
Por suerte este año no tuve ningún percance y conseguimos llegar a Orbiso sin rompernos nada.
Estábamos tan emocionados que rodamos a 40km/h cubriendo rápidamente los 5km que nos separaban de la meta, logrando entrar en Santa Cruz de Campezo, junto a un caluroso recibimiento por todo el mundo que estaba allí, exactamente 12h y 35m después de haber salido.
De los 500 bikers que tomamos la salida, 367 fuimos finisher, lo que da una cifra de un 74% de participantes que cruzamos la meta a tiempo.
El más rápido fue Gozón Fernández González, con un tiempo de 6h 40m, lo que significa que el biker que más rápido a terminado la EBC 4.0 sigue siendo Julen Zuberoa Aldekoa, quién, en 2014, fijó el crono en tan solo 6h 24m.
En féminas, la más rápida fue Meritxell Henales Burgoa quién logró un tiempazo de 9h 40m, pero tampoco consiguió arrebatar la txapela a Isabel Pérez Ramos, quien cerró el crono de la categoría de féminas en 8h 50m en la hace dos ediciones.
Desde Iberobike queremos felicitar una vez más a esa gran familia que nos ofrece año tras año consigue ofrecernos una de las mejores marchas del calendario, imprescindible para cualquier biker que se precie.